Reencuentro
En la cumbre de su carrera artística, con resonancia internacional —como «tonadillera» de canción española y andaluza y como «cantante» de aires hispano-americanos y melodías modernas— Rocío Jurado se nos revela, por derecho, como una auténtica «cantaora» de flamenco.
Con este álbum —primero de una serie antológica que tiene ilusión de realizar— la guapa y genial chipionera reencuentra sus verdaderas raíces y su inicial vocación. Nieta de «El Piliya», ahijada del «Caena», e hija mayor de Fernando Mohedano, aquel gran aficionado y «padre de los gitanos de Chipiona», comienza a cantar desde niña en las fiestas flamencas que organizaba su padre, quien le faltó cuando ella contaba doce años. Con quince —animada por su madre, que la acompañó siempre— comienza en Cádiz y Sevilla a ganar concursos radiofónicos, recordando hoy con especial cariño aquel «Primer aplauso» que dirigieran, desde Radio Nacional, Agustín Embabuena y Emilio Segura. Con dieciséis obtiene, en Jerez, en el Concurso Nacional de Cantes —¡ay, noches inolvidables del Teatro Villamarta de las que testifica quien esto escribe!—, el Primer Premio por Cantes de Cádiz y Huelva. (Presidió el Jurado, D. José Carlos de Luna, y obtuvieron premios en otras especialidades flamencas «Jarritos» y Terremoto de Jerez, Paco Aguilera, Carmen Carrera y el conjunto flamenco «Los Chiquitos de Algeciras», que era nada menos que Pepe y Paco de Lucía).
De allí, joven triunfadora, a Madrid, donde Concha la del Yony la presenta a Gitanillo de Triana; cuando Rafael y Pastora Imperio la oyen cantar la presentan en su tablao flamenco de «El Duende», pasando al cabo del tiempo a «Los Canasteros» de Manolo Caracol, en olor de aplausos.
Las dos Pastoras y Caracol siguen siendo hoy sus ídolos flamencos.
Rocío, en sus actuaciones artísticas posteriores —ya en primera figura—, no olvidaría nunca en sus repertorios los temas flamencos, siendo frecuentemente aplaudidas sus intervenciones por tientos y alegrías y muy especialmente su dominio y brillantez en los cantes de Huelva.
Cuando, en 1973, la Berza Flamenca de Bornos le rinde homenaje y le concede su Medalla de Oro, recuerdo que en mis palabras de presentación a aquella gran fiesta resalté esa cualidad y calidad de Rocío como «cantaora». No obstante lo dicho, y cara a la afición flamenca, somos conscientes de que esta grabación va a constituir un gran interrogante primero y una sorpresa después. Pero de lo que estamos seguros, luego que Sevilla y Cádiz —que son algo así como la Maestranza del Arte Flamenco— le den alborozadamente su alternativa y el resto de Andalucía la confirme, es de que España va a contar con una nueva primerísima figura del Cante, inolvidable e imprescindible a la hora de enjuiciar y valorar históricamente, y cara al mañana, la década artística de los setenta. Por derecho propio y en grabación especial, Rocío ha sido incluida, junto a los mejores, en la GRAN ANTOLOGÍA FLAMENCA (Nueva) editada por RCA.
Rocío Jurado, amigos, cuando canta «por derecho», como lo hace aquí, tiene duende y tiene ángel, conoce y dice y engrandece lo que canta, pellizca y transmite, dueña de un gitanísimo quejío y de un andalucísimo y envidiable sentido del compás flamenco.
Aquí la tenéis, en plenitud de sentimiento, voz y estilo personal, cantando un selecto racimo de cantes nobles —por tonás y livianas, por seguiriyas y soleares, por tientos y tangos y tarantos, por serranas y cantiñas y fandangos grandes, sin olvidar unas muestras de aires folklóricos aflamencados por sevillanas y bamberas y otra, por colombianas, de los cantes de ida y vuelta—, demostrando que no solo es cantaora, sino que además es una «cantaora larga».
La acompaña esa prodigiosa orquesta gitana que forman los jóvenes y brillantes guitarras de Paco Cepero, Enrique de Melchor y Niño Ricardo y colabora en unos toques la veterana maestría de Melchor de Marchena.
Aficionados cabales tienen Andalucía y España... y el mundo. Ellos dirán la última palabra y aplauso postrero, Pero hemos querido, como en aquel su primer programa radiofónico, brindarle nuestra primera palabra y nuestro primer aplauso.
Una gran cantaora acaba de reencontrarse a sí misma. Las viejas madres terribles del cante han temblado de emoción en sus hondas cuevas matrices. La corriente femenina del cante lleva un nuevo son, un nuevo eco, entre sus más puros cauces. Rocío... ¡olé! Lo afirma y firma.
Antonio MURCIANO