Todos los caminos llevan a Dios. Y cuando existe el arte en una persona, todos los caminos la llevan a la fama, a la popularidad y al reluciente mundo del “estrellato”, en definitiva. Pese a todos los contratiempos que recibimos los humanos, hay algo que se resiste a sucumbir en los que luchamos. Existen esas cualidades con las que nos mostramos ante el mundo para conseguir el puesto que creemos merecer en la vida, aunque sea a paso de tortuga. Pero este no es el caso de Rocío Jurado.
Rocío Jurado acaba de nacer para el cine español. Es joven, muy joven. Tiene buen carácter y un genio disparatado. A veces es incomprensible, pero cuando se la conoce a fondo se da una cuenta de las buenas razones que tiene para andar así por la vida.
ROCÍO JURADO NACE EN UN TABLAO
No soy andaluza, pero en el más íntimo rincón de mi ser siento todos los gustos de esa región. Al fin y al cabo Levante está muy identificado con Andalucía. Por primera vez en mi vida fui a un tablao de flamenco el 15 de febrero de 1952. Aquello de las mujeres bonitas, hombres bien parecidos, guitarras, cante y baile me gustó, pero no llegó a fascinarme. A los cantantes, igual que a los amigos, hay que verlos en determinados momentos.
Gitanillo de Triana me presentó a Rocío Jurado. Era una muchacha sencilla, de cara expresiva y un tanto brusca en ademanes.
—¿Tú escribes en un periódico? —me preguntó.
—Sí. ¿Te parece bien o mal?
—Cada una hace lo que quiere.
—¿Y tú qué quieres?
—Seguir trabajando, triunfar y demostrar a los que me quieren que no estaban equivocados al confiar en mí.
Rocío llevaba un vestido de flamenca que le hace el cuerpo un tanto desgarbado. Tampoco pretendía más. Comprendí que aquella soberbia que había tenido en principio era motivada por algo. Guardé silencio al escuchar su cante. Me gustó; sin embargo, dentro de mi pequeño entendimiento, noté que a aquella artista le faltaba un punto. Más tarde he comprobado que era experiencia para el “tablao”. Rocío acababa de venir de ese maravilloso pueblecito veraniego gaditano llamado Chipiona. De allí guardo grandes recuerdos de una de mis mejores amigas. Y allí nació esta otra gran amiga, Rocío.
Mi amistad con la “cantaora” siguió, pero a mucha distancia. Cuando verdaderamente empecé a conocer a Rocío Jurado fue con motivo de unos programas que hacía en colaboración con una agencia de noticias. Había escuchado su nombre en muchos sitios. Todo el mundillo artístico sabía quién era, la nombraban y le sacaban los defectos. Más de una vez he oído a aquellos que ahora la besan decir que “si no llegaría”, que si era una “creída” y no sé cuántas cosas más. Pero eso se queda para ellos.
—Chipionera, ¿estás contenta?
—Gracias a Dios. Estoy consiguiendo trabajar sin tener que recurrir al clásico método de la influencia o de la “amistad” pasajera.
Rocío actuaba por vez primera en un teatro madrileño. En el descanso de su trabajo observé su comportamiento con los admiradores que entraban a saludarla. Seria, simpática, correcta en todo momento. Ya no era la misma Rocío que había conocido meses antes. Sabía ser admirada.
—Muchas gracias por sus flores, don… No puedo salir a cenar… Lo siento, tengo ensayo… Otro día será…
Excusas que a nadie podían ofender. Eran correctas, y Rocío sabía cómo decir las cosas.
—¿Sabes que cantas muy bien?
—Esa suerte tengo. La voz es fundamental para mi carrera.
Rocío no se había ilusionado con el cine. Sin embargo, le ofrecían papeles y ella los rechazaba. No creía que hubiese llegado su momento.
Acabó la función. Hablamos con sinceridad. Y mientras nuestra conversación seguía con verdadera armonía, vi cómo Rocío intentaba hacer sus primeros pinitos con el cigarillo.
—No me gusta fumar, pero reconozco que es un buen sedante.
—¿Y bebes?
—Agua y alguna cerveza. Tengo poca costumbre y no me cuesta trabajo prescindir de ello.
Rosario, la madre de Rocío, escucha nuestra conversación. Es una señora rubia, con la bondad reflejada en la cara. Su hija y ella se entienden perfectamente con la mirada. Eso es fácil de ver.
La representación empezaba nuevamente. Rocío se cambia de traje. Le di mi opinión.
—Podrías llevar ropas más bonitas.
—Esas son de la empresa. Los artistas sólo nos permitimos el lujo de escoger cuando nos pagamos las telas. Además, yo no entiendo aún mucho de esto.
Una queja más de aquellas personas que empiezan. Los empresarios deben hacer artistas. No como algunos, explotar a muchachas que comienzan. Pero ese problema es difícil de solucionar.
DESCENDENCIA ÁRABE
Más de seis meses anduvo Rocío Jurado en aquella compañía. Volvió a actuar en un conocido tablao madrileño. Una nueva ocasión para tratarla más.
—¿Cómo ha ido esa gira?
—Ni bien ni mal. Lo peor de esto es tener que desplazarse en tan pocas horas por tantos sitios distintos. Una no es empresa para poder disolver la compañía en el momento oportuno. Y si vieras lo que se necesita un descanso...
Hay que tener verdadera vocación y poco nombre para continuar la lucha. Hay que conservar la ilusión... Pero para eso hace falta tener pocos años. No olvidemos que la gente se pasa y que los días pesan sobre nosotros.
Rocío vino más comunicativa. Tenía más estilo. Me parecía que en poco tiempo había adquirido algo que posiblemente era de nacimiento, pero aún no había llegado el momento de mostrarlo.
—¿Puedes acompañarme de compras?
La acompañé, y Rocío compró unos pantalones sport, blusas y un traje de chaqueta blanco en un comercio de la calle de Goya. Merendamos en una cafetería y, mientras hacíamos la digestión del suculento ingrediente, charlamos de mil temas.
—¿Jurado, es tu verdadero apellido?
—El de mi madre. Yo me llamo Rocío Mohedano Jurado. Mi padre tenía descendencia directa de árabes...
—¿Tú eres árabe?
—En el carácter. Reconozco que tengo unos arrebatos espantosos. No puedo evitarlo.
Y en el físico. Rocío tiene rasgos árabes, pelo y ojos muy negros. Es una mujer alta, apacible en apariencia, y a veces resulta hasta falsa en reacciones. Dice las cosas con una frialdad tal que el mejor de los calificativos es decirle "hipócrita". Pero ese es su papel de artista solicitada. Luego, satisface tratar con Rocío particularmente.
—Reconozco que tengo un carácter algo variable para los que no me conocen. Y soy soberbia.
—Ese defecto debes corregirlo.
—He tenido que ir poniéndome en mi sitio y dar dos o tres bofetadas para dejar bien clara mi situación. Sé que es otro defecto que tengo que desechar; sin embargo, en ocasiones me ha venido muy bien.
Una cualidad de Rocío: sabe escuchar, admite los razonamientos y las amistades con el corazón; pero si se convence por sí misma que alguien es malo, lo rechaza y olvida su existencia.
—Existen gentes bajas, sin perjuicios para hacer daño a los demás. Tampoco les importa inventar las mayores barbaridades sobre otros para ganarse la amistad de alguien determinado.
—De eso tenemos tú y yo más de un ejemplo.
—Olvídalo. La verdad es que nuestra amistad continúa. A los demonios hay que ponerlos en el infierno, que es lo suyo.
Recuerdo un día que nos fuimos a tomar el sol a la Casa de Campo. A ella le gusta el sol, el aire y hablar.
—Es tan difícil hablar con la gente. Si supieras que parte de mi amistad contigo es porque me gusta escuchar cómo te expresas.
Como no sirvo para dar las gracias en el momento que me elogian, guardé silencio. Cambié de tema.
—¿Cuándo naciste?
—Un 18 de septiembre. Mi signo es Virgo, si es lo que quieres saber; el año no te lo voy a decir.
Y no me lo dijo. Así que no sé su edad. Sin embargo, prometo decir eso y muchas cosas más de otras estrellas en mi próximo libro, que se titulará "Lo que no conté en SÁBADO GRÁFICO".
ROBABA ROSAS DE PITIMINÍ
—¿Qué hacías en Chipiona?
— Aparte de ir al colegio, jugar con mis amigas.
—¿Estudiabas?
—Cultura general. Cuando fui algo mayor para ir al colegio tenía un profesor particular en casa.
Rocío limpia sus gafas de sol. Dice que hacer ejercicio le sienta bien, y la verdad es que se nota que lo hace.
—Desde pequeña me ha gustado mucho la natación y el deporte en general.
—¿Recuerdas alguna travesura?
—Cuando iba de casa al colegio tenía que pasar por un huerto donde había rosas de pitiminí. Eran mi locura. Casi siempre me "colaba" y recogía cuantas podía.
—¿Te descubrieron?
—Y me dieron la mayor paliza de mi vida. Me han castigado de niña más que al pobre Jaimito.
Rocío baila, canta y hace cine. Posiblemente, dentro de muy poco tiempo, sea una actriz completa, aunque a ella lo que verdaderamente le tira es el cante.
—Cuanto estaba en la clase se me iban las manos y cantaba, haciendo el compás, la canción que había escuchado por la mañana en la radio. La profesora me llamaba: "Rocío..., esto no es una emisora de aficionados."
OPOSICIÓN DE LA FAMILIA
Dejamos nuestro grato paseo para ir al centro. Rocío tenía que comprar unos bolsos de calle y su madre nos estaba esperando.
—¿Qué decía tu familia sobre tus aficiones?
—Nada. Mi madre me "calentaba" frecuentemente. Sobre todo los días que hacíamos funciones. Mis compañeras y yo nos componíamos unos originales decorados con las sábanas de la cama de mi madre y los cuadernos los destrozábamos para hacer las entradas.
—¿Ganabais dinero?
—Poco, poníamos a veinticinco céntimos la butaca.
—¿Y qué hacíais con el dinero?
—La mitad lo dábamos a la limosnera de la Virgen de Regla y el resto lo invertíamos en papeles de colores para hacer nuevos decorados.
—¿Y las sábanas?
—Cuando mi madre las veía sucias decía: "¡Valiente artista la niña...!", y no me hacía caso.
Rosario, la madre de Rocío, me había dicho en más de una ocasión que la familia se había opuesto rotundamente a que la niña siguiera sus inclinaciones artísticas.
—No podía convencerles; pero al morir mi padre tenía que ponerme a trabajar y no sabía hacer nada más que cantar. Todo el mundo decía que yo podía ser artista.
—¿Te hacía ilusión?
—Y falta. Gané varios concursos radiofónicos en Sevilla. Lo primero que llevé a casa fueron cincuenta duros y una caja de botellas de gaseosa que gané en un certamen.
DEBUT EN MADRID
Hubo un desequilibrio en nuestra amistad. A mí no me gusta meterme donde no me llaman. No debo nada a nadie y creo que cada cual debe tener libertad para comportarse con los demás como lo desee. Lo peor luego son las explicaciones. Porque si no llegan a aceptarse...
Hacía mucho que no hablaba con Rocío. Ella había trabajado constantemente. Un día nos encontramos en casa de unos amigos. Aclaramos la situación y tan amigos como antes.
Nunca me había contado cómo fue su debut en Madrid, y ese día volvimos a tener confianza.
—¿Cómo viniste?
—Sin una gorda y con muchas ilusiones. Una amiga de mi familia en Chipiona me dijo que ella conocía a "Gitanillo de Triana" y éste tenía un tablao.
—¿Te contrató?
—Pero en el cuadro flamenco, con veinte más que ya sabían latín. Fui una más haciendo palmas y jaleando a las figuras.
Rocío sonríe displicente al recordar esos tiempos.
—De vez en cuando me dejaban salir y cantar una canción sola.
Aquello no era para la muchacha de Chipiona. Se deprimió y cayó enferma.
—Como en Madrid no podía estar sin trabajar, porque no tenía dinero para comer, ni salud, me volví para Chipiona.
—¿Por qué volviste?
—"Gitanillo" pensó que era una táctica mía para que me subiera el sueldo. Me puso un telegrama diciendo que volviese. Le contesté que estaba enferma... Pero al reponerse volvió, y a los quince días de estar en el tablao de nuevo, salía como primera figura.
—Ganaba igual que las de conjunto, pero tenía mi puesto.
VISITA A CONCHA PIQUER
Un día esa amiga de la familia le dijo que iba a conocer al ídolo de todos los aficionados a la canción española. Y la llevó a casa de Concha Piquer.
—Le canté todas las canciones que ella había popularizado.
—¿Y qué te dijo?
—Que cantaba muy bien, y que gente que cantara bien había mucha. Sin embargo —me animó— "tú llegarás, porque tienes una bonita cara dura". Después siguió hablando y me contó que a nadie se le había ocurrido cantarle sus canciones en su presencia.
—¿Qué pensaste?
—Me alegré de haber conocido a aquella señora.
Rocío cantaba, pero no flamenco. Su estilo, puramente español y personal, gustaba; pero los contratos le llegaban por el cante "jondo".
—Aprendí fandangos, bulerías, sevillanas, etc., con un enorme esfuerzo. Tuve que estar varios días sola en una habitación con un tocadiscos y todos los discos del mundo. Mi fuete era la canción española y...
—Triunfaste.
—Sí. porque para el tiempo que llevo en la profesión creo que ya he alcanzado un puesto importante.
CINE Y A ITALIA
Llegar a la fama no es fácil, pero lo verdaderamente difícil es mantenerse en ella. Rocío desplegó su vela y sigue con buen ritmo, ella sabe llevar el timón.
—¿Reconoces que en tus comienzos eras gordita, vestías mal y te creías la "reina de Saba"?
—Sí. No tenía ni idea de la elegancia. Venía de un pueblo playero donde no hay falsa postura social ni se necesitan últimos modelos para que te quiera la gente. Era gordita porque no me privaba de comer cuanto me gustaba. Y creía que era única porque me lo habían dicho. Más tarde he aprendido a no creer nada más que lo que veo.
—¿Cómo te contrataron para el cine?
—Me vieron en el tablao y me ofrecieron un papel, que consideré bueno. Y sin pensarlo mucho hice "Los guerrilleros".
Más tarde, Rocío trabajo en Televisión Española. No me gustó su traje, pero ella cantó muy bien.
—Y eso me sirvió para firmar un contrato con la Televisión italiana. Actué en un programa especial, dedicado a Federico García Lorca.
Cuando volvió de Italia, Rocío Jurado se cotizaba más. Su familia estaba contenta. Ella, siempre acompañada por la madre, está en el mundo de los artistas, pero sigue su vida privada sin alteraciones de ninguna clase.
—Tú sabes que yo no tengo amigas íntimas. Sólo tengo a mi familia, y sin "coba" puedo decirte que tú eres la única persona, fuera de mi familia, con quien me franqueo sin precaución.
ROCÍO, ACTUALMENTE
El trabajo es algo que honra a las personas que lo practican. Esa es la mayor riqueza del mundo. La verdad, Rocío no ha dejado de hacerlo. Galas, cine, teatro, tablao..., todo. Ahora acaba de terminar su tercera película, "Proceso a una estrella". Junto a ella el galán de moda, el actor italiano Giancarlo del Duca, a quien ha tenido la suerte de conocer el día que se dio el cóctel para presentar a los dos protagonistas de "Proceso...".
—Giancarlo es un muchacho extraordinario. Compañero, galante, sencillo y un gran actor.
Esas fueron sus palabras al ponernos frente a frente. Yo estoy de acuerdo con Rocío. Giancarlo del Duca es toda una personalidad, y la prueba está en la buena carrera que lleva en el cine español.
Rocío trabaja en un tablao madrileño. Cuando acaba su actuación se marcha a casa para hablar por teléfono. Conferencia de Valencia.
—Cuando iba con "El Príncipe Gitano" en su espectáculo "Aquí estoy" conocí a mi Enrique.
Es su novio. Un muchacho muy bien parecido, que nada más ver a Rocío dijo que era para su santuario particular.
—Es el único hombre de mi vida. Estoy muy contenta.
Una tiene poca memoria, pero recuerda cuando cierto torero frecuentaba el lugar donde actuaba Rocío y le enviaba las flores más bonitas de Madrid. Lógico, los toreros, los futbolistas y los amigos admiran a Rocío, que además de bonita voz tiene gusto para escoger las canciones.
—Has cambiado mucho.
—Soy igual, lo que ocurre es que tú no te habías fijado en mi interés por aprender.
Rocío ahora es elegante en el vestir. Tanto los trajes de trabajo como los de calle tienen una línea definida.
—Una estrella debe preocuparse del vestuario —le dije la otra noche.
—Mira, no empieces a "meterme" conmigo...
Estábamos en su camerino. Se cambiaba de ropa y observé que llevaba unas prendas interiores muy modernas.
—No sólo hay que cambiar en el exterior, sino en el interior. Me he aficionado a vestir bien. Los colores suaves me encantan; más, en las prendas íntimas.
Me lo dijo con ese tonillo especial que tiene Rocío cuando no le gusta que le comenten algo. Y al despedirme le pregunté:
—¿Tienes la nariz fría?
—Eres muy simpática...
Una de mis pequeñas manías es observar las reacciones de Rocío. Su madre me dijo en una ocasión que cuando se enfadaba se le enfría la nariz.
—Nieve pura, chiquilla —dice ella.
LA CASA Y SU FAMILIA
Cuando Rocío llegó a Madrid vivía en pensiones, más tarde hoteles y ahora en su propia casa.
—Estoy contenta. Aquí está mi hermana Gloria; Amador, mi hermano menor, y mis abuelos.
Así vive Rocío en familia. Sus hermanos, pequeños aún, estudian; su madre va con ella y sus abuelos pasan temporadas al lado de ellos.
—Me gusta cuando está mi abuela. Cocina de maravilla, y como sabe lo que me apetece, me lo prepara. Me hace el pollo que quita el "sentío".
Rocío es andaluza por los cuatro "costaos". Quiere a su tierra como a su propia vida.
—Me he comprado un chalet en Chipiona. Mi padre está enterrado allí y quiero tener muchas cosas cerca de él. Me enseñó la única foto que tiene de su padre. Era un hombre bien parecido.
—Me habría gustado tenerle siempre junto a mí; pero... nada hay completo en la vida.
Sí, su casa. Allí se está bien. Hay armonía entre las personas que la habitan. Todos coinciden en que Rocío es muy especial; pero la quieren, la respetan y la admiran. Aunque su secretario, Juan de la Rosa, que debe aguantar todas las depresiones de la estrella, procura evitarle todos los posibles o desagradables momentos.
Ahora sólo falta que ella no se crea una "diva" y siga paso a paso alcanzando la meta propuesta. Ya es bastante lo que tiene, pero no suficiente. Y estoy segura de verla pronto en un brillantísimo puesto de la cinematografía, pero con humildad.