Un doble CD con 40 canciones que hacen un recorrido por la parte más desconocida de su carrera, la que abarca desde sus inicios en 1967 hasta un álbum muy revelador como Soy de España, de 1973.
Una cuidada selección de clásicos de la copla, sevillanas y todos los palos del flamenco con una Rocío Jurado brillando en estado puro, con ese torrente de voz que nunca la abandonó ni siquiera en sus últimos días. Auténticas obras maestras de la copla que de la mano de una jovencísima Rocío que están a la altura de las más grandes del género: "Ojos verdes", "Tatuaje", "Tengo miedo","Un clavel" y muchos más...
Hasta 40 canciones inolvidables de los orígenes de La más grande... ¡Ahí es nada!
Texto íntegro incluido en el libreto del álbum:
“La más grande”. Así se la conocía, con este título que se había ganado a pulso. Quizás la única estrella de la canción española de los años 70 y 80 que resiste la comparación con las grandes figuras que nos dio la copla en la postguerra. En un hipotético quinteto ideal de las cantantes españolas del género, el nombre de Rocío tiene que figurar junto a los de Concha Piquer, Juanita Reina, Marifé de Triana y... pongan aquí el nombre que falta, elijan a su favorita, porque no quiero olvidar ninguna a las que usted, aficionado, venera.
Rocío Mohedano Jurado, que para su vida artística eludió el primer apellido, nació en Chipiona, dicen que en 1944. Cuatro años más tarde ya deleitaba a los parroquianos del colmado de su abuela, subida en el mostrador a petición del respetable. Luego cantó en el coro del colegio, paso casi tan obligatorio para las aprendices nacionales de estrella como los coros religiosos de gospel para las cantantes norteamericanas. El siguiente paso no podía ser otro que un concurso radiofónico, trampolín de tantas futuras figuras de la canción. Era ya 1959 y Rocío ganó, como podemos imaginarnos. Lo que quizás no sepan es que el premio era cuádruple: 200 pesetas, un corte de traje, unas medias de nailon y una botella de gaseosa. Siempre, junto al premio en metálico, aparecían los obsequios de las firmas que patrocinaban el programa.
El éxito la impulsó a seguir presentándose a cada certamen radiofónico, ganándolo todos y llevar a casa, además de unos duros, un corte de tela para abrigo, unos abanicos y alguna pieza de comida o bebida que ayudaban a la economía familiar, tocada por la prematura muerte de su padre. Y aunque su madre se negaba a que su hija siguiera con sus fantasías de ser artista, fue el abuelo quien le dio ¡8.000! pesetas, una pequeña fortuna para la época, con el objetivo de irse a Madrid para hacer realidad sus sueños. Y no se fue sola porque Rosario, su progenitora, se convirtió en consejera y carabina de su hija. Lo que se conoce, en el mundillo, como “mamá de la artista”. Con 8.000 pesetas y una madre vigilante, se instalaron en una pensión madrileña e inscribieron a la joven aspirante en la academia que regentaba el legendario Maestro Quiroga. Sí, el del triunvirato de la copla que recitábamos de memoria: Quintero, León y Quiroga.
El éxito ni llegaba ni se le esperaba, al menos con la urgencia que la familia necesitaba. Así que acabado el dinero pensaron en regresar a Chipiona. No sin antes saludar a una madrileña que allí veraneaba, que era viuda de un torero y conocía a Pastora Imperio. Y fue a través de ella que la veterana bailaora sevillana contrató a Rocío como parte del coro flamenco de su tablao “El Duende”. Y allí, dando palmas y haciendo coros, acompañó a legendarias figuras del cante como Manolo Caracol o Antonio Mairena. Y pasadas unas semanas, hasta la dejaron cantar alguna copla de la Piquer.
Bastaron tres meses para que le saliera el primer contrato serio: trabajar junto a Manolo Escobar en la película “Los guerrilleros”. A partir de ahí, la carrera de Rocío se disparó hacia arriba a una velocidad difícil de controlar. Rafael de León y el maestro Juan Solano empezaron a escribir canciones para ella. Y de ahí salieron joyitas de su repertorio como “Rosa y aire” y, sobre todo, “Un clavel”. En aquel entonces, los éxitos de la copla no salían de los discos sino de los espectáculos de variedades flamencas. Las compañías, encabezadas por figuras de renombre: Conchita Piquer, Antonio Molina, Juanito Valderrama… contrataban un elenco de estrellas como figuras secundarias y hacían giras muy exitosas por toda España y algunos países americanos. Rocío sabía que este era el camino y se pateó los escenarios de media España con las compañías de El Príncipe Gitano y Manolo Escobar. Por cierto, en el espectáculo del Príncipe, había una canción titulada “Tengo miedo” que no gustaba al cantante. Y tampoco al autor, Juan Solano, en la versión que éste hacía.
Así que se la dio a Rocío Jurado, cambió el género, y logró el primer gran, enorme, éxito, para la chipionera. Tanto, que pronto formó su propia compañía. Corría ya el año 1967 que significó el debut de su compañía, el rodaje de dos películas y el primer disco grande. EI espectáculo que la consagró se llamaba “Pasodoble” y se estrenó en el madrileño Teatro de la Zarzuela. Tenía dos protagonistas. Rocío y Rosita Ferrer, lo que permitía el juego de palabras con el famoso ritmo español y con la dualidad de estilos y generaciones y de las dos figuras. Separen las sílabas y “Pasodoble” podía leerse como “Paso doble”. Fue un gran paso para ambas.
Mientras, rodaba “Proceso a una estrella” dirigida por Rafael J. Salvia, que cinematográficamente no significó un gran éxito para la Jurado pero le permitió editar, con su banda sonora, su primer LP, con el que abrimos el repertorio de este doble CD. Las canciones eran clásicos de la copla, y no estrenos de Rocío. Fue una buena prueba de fuego con “Tatuaje” y “Ojos verdes” que permitieron al público comprobar los parecidos y las diferencias con otras versiones y otras figuras. En el 69 apareció un segundo disco grande, titulado simplemente “Rocío Jurado” con unas directrices netamente flamencas, en el que la cantante luce sus habilidades con esos palos y estilos que dominaba desde que era niña. Parecía un regreso a sus raíces, pero veremos con el paso de los años que Rocío Jurado alternaba el sabor tradicional con elementos de una vanguardia que pronto la convertirían en figura internacional, sin fronteras.
De 1971 es su tercer álbum, titulado también simplemente con su nombre. Y aquí empiezan a verse los nuevos caminos que Rocío estaba buscando, casi desde el principio. Porque junto a “Un clavel” la canción de Juan Solano que la destaca ya como la sucesora de las grandes de antaño, hay atrevimientos como ese “Amor gitano” del portorriqueño José Feliciano y un tema del argentino Leo Dan titulado “Con los brazos cruzados". Eran sus primeras tentativas para crear lo que en tierras americanas conocerán pronto como “balada española”.
Y eso queda patente ya en su siguiente álbum que se tituló “Soy de España” y donde tiene ya compositores, arreglistas y productores traídos del mundo pop para conjugar así todos los vértices de la música que España, y Rocío Jurado, iban a dar al mundo. Para empezar, la canción que daba título al álbum era obra de Alberto Bourbon, un cantautor que por desgracia murió demasiado pronto, no sin dejar muestras de gran sensibilidad y talento. Y el arreglo instrumental, de otro grande: Juan Carlos Calderón.
También hay en el disco poemas de Manuel Benítez Carrasco musicados por el maestro Solano. Y un prometedor pianista que luego haría historia con “La minifalda” o “Te estoy amando locamente” y se llamaba, y llama, Felipe Campuzano. Para este disco de la gran Rocío elige poemas de Salvador Távora, un genio del teatro que puso Andalucía y el flamenco sobre las tablas en su obra reivindicativa. Nombres nuevos, que luego se consagrarían como jóvenes clásicos, unidos a José Antonio Ochaíta o Rafael de León con el marchamo de eternos. Tras estos Orígenes musicales, llegarían para Rocío Jurado días de gloria, convertida en la gran estrella de la balada española y, siempre, del flamenco. La más grande tiene una trayectoria de éxitos de sobra conocida por todos sus seguidores. Aquí hemos querido bucear en su historial y remontarnos a aquellos años y aquellas canciones que fueron primeros, y decididos, pasos en su camino hacia la inmortalidad.
José Ramón PARDO