Tres momentos de amor
Yo tengo y no tengo amor,
y esto me quita el sosiego,
estoy rondando la flor,
pero no alcanzo, no llego.
Solo me llega su olor,
igual que si fuera un ciego... ciego... ciego,
solo me llega su olor,
yo tengo y no tengo amor.
Estoy dentro de un amor
y me está rondando otro,
que con la fuerza de un potro
se mueve a mi alrededor.
Qué tengo de hacer, señor,
entre un querer tan tranquilo
y este que me pone en vilo
el pulso, el aire y la flor.
No sé cuál será peor,
y tengo el pulso parado,
herido y crucificado
entre un amor y otro amor,
herido y crucificado
entre un amor y otro amor.
—No te acuerdes, no te acuerdes más de mí.
Nuestro amor, nuestro amor no puede ser.
—Entonces, de este querer,
¿qué hacemos? Dímelo, sí.
—Me es igual, me es igual, ¡tíralo al río!
O mejor, o mejor, ¡tíralo al mar!
—¿Por qué lo voy a tirar?
Se me iba a morir de frío.
—¡Pues, entiérralo en la arena! ¡Pues, entiérralo en al arena!
—¡No...! No, porque retoñaría,
y a ti no te gustaría
verme florecer de pena —¡pena, pena, pena!—,
verme florecer de pena.
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