Las confidencias de Rocío Jurado en la cama

«Necesito hacer el amor cada día»

por Pilar Eyre

Rocío Jurado entrevistada en el lugar que parecía más idóneo, la cama.
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Rocío Jurado entrevistada en el lugar que parecía más idóneo, la cama.

Al lado de Rocío Jurado, todos parecemos sombras espectrales. Nadie puede estar a la altura de esta mujer, fuego, pasión, carácter y temperamento. Interviú la entrevistó en el lugar que parecía más idóneo, la cama. Y averiguó que, debajo de las lentejuelas de la estrella, late como una ola el corazón de una hembra de raza. Oro de ley, Rocío Jurado.

Yo, cuando actúo, es como si me acostase con el público. Tengo una relación sensual, de sentido a sentido, con cada uno de los miles de espectadores que me contemplan. «Toca, toca», y Rocío Mohedano Espinosa, por otro nombre Rocío Jurado, me tiende el brazo, el brazo moreno y fuerte de las mujeres chipioneras. «Se me ponen los pelos de punta cuando hablo de estas cosas. Y es que no puedo remediarlo. Me entrego siempre. Es una comunión, un acto sexual. Vivo transmitiendo amor, sensaciones». ¿Y cansa eso, Rocío? «Sí, es agotador. Yo creo que soy médium o cosa así, porque lo mío no es normal. ¿Pero tú crees que es normal lo mío? Mi sensualidad, mi temperamento, lo apasionada que soy, ¡digo!; si yo tengo que hacer el amor con mi Pedro cada día! Desde hace cinco, casi seis años».

Para mí, qué quieren ustedes, Rocío Jurado es como una Mae West a la española. Su voz es aterciopelada y se convierte en un ronco susurro, en un jadeo cuando habla de cosas íntimas. Es decir, siempre. Porque todo se convierte en íntimo cuando lo toca esta mujer.

«Desde pequeñita soy así. Me ha gustado siempre que me miren, ser el centro de la fiesta. Cuando era una mocosa de tres años, le decía a mi abuela "yaya, apo", y quería decir que me subiera al mostrador de mármol de su tienda de comestibles para cantar y bailar y que los clientes me miraran. Y no te creas, que aunque parece que me vaya a comer el mundo, me cago en la leche, en el fondo soy muy tímida».

¿Será tímida Rocío y una sin enterarse? «La primera vez que me di cuenta de esta relación erótica con el público tenía yo ocho años. Mi colegio, el de la Divina Pastora, había organizado un festival para recoger fondos para los Reyes de los niños pobres de Chipiona. Mi maestra, doña Josefina, me enseñó un pasodoble muy triste, de un niño que quería ser torero y una niña que quería ser artista. Al final, el torero se moría. Y allá estaba yo en el escenario». Rocío Jurado, comediante innata, junta el índice con el pulgar y remeda con voz de cría: «Yo quiero ser torero/y torear para ti/y permita Dios del cielo/que si un día yooooooooooo... (y aquí yo metía un gorgorito) te quiero/queme mateltoropor ti/chim-pom-chim-pom. (Y yo me caía al suelo y el teatro se venía abajo con el rugido de la gente.)». Y Rocío Jurado ríe con su mejor risa de Rocío. Y es que esta mujer, permítanme ustedes el tópico, es una fuerza de la Naturaleza. Lo que antes se llamaba «un hembrón». Cuesta imaginársela de niña porque, como ella misma dice, «soy mucho mujerío». Pero, si, parece que fue niña y que a los ocho años quiso ser artista.

«LO PRIMERO QUE GANÉ, UNA BOTELLA DE GASEOSA»

«Mi padre era zapatero. Hacía unos zapatos que quitaban el sentido. Murió el pobre con treinta y seis años. Todavía con el luto por mi padre, me fui a Sevilla a visitar a una prima operada de amígdalas. Y aproveché y me presenté a un concurso de cante de Radio Nacional de España. Gané el primer premio. Doscientas pesetas, un corte de traje de luto y una botella de gaseosa La Casera».

Rocío, ahora, ya no bebe gaseosa, sino «gin-tonic un poco cargaíllo, para la tensión, que luego me desmayo por los rincones. ¿Tú crees que es normal?».

Y luto ya no lleva, no, que a ella lo que le tira es la seda roja y todas las pieles, «excepto la chinchilla, que me parece piel de rata». Y con las doscientas pesetas aquellas ya no tiene ni para darse un toque en una oreja con Joy de Patou, su perfume favorito. «Y allí, claro, ya me entró el venenito, y ya no quise ser ni costurera ni zapatera, que era lo que quería mi familia. Y me puse en huelga de hambre, como el Sajaró ese, para que mi abuelo me dejara ira Madrid, que según me habían contado era donde estaban los artistas. Y mi abuelo primero me dio un sopapo y, viendo que no cedía y que yo ya llevaba una semana sin probar bocado, ocho mil pesetas y, hala, para Madrid. Todavía con el luto por mi padre».

«EMPIEZO A ESTAR HARTA DE MI DELANTERA»

Y ya tenemos a Rocío en Madrid. «A Rocío y a su madre», apostilla la artista con chulería.

—Pero bueno, Rocío, ¿es que tú también eres folklórica-con-madre?

—¡Digo! Yo, a todas partes con mi madre, que era lo más bueno del mundo. Figúrate que yo me pongo delante de la foto de mi madre y hasta le rezo. Cuando voy al camerino de la Pantoja y veo a doña Ana limpiándole los zapatos con aquel amor, arreglándole los vestidos, me lleno de ternura y de tristeza porque me acuerdo de mi madre. ¡Con qué admiración me miraba porque conseguí abrirme camino en Madrid!

Los ojos de Rocío son como vidrios hechos pedazos. Y no sé si llora por su madre o por nostalgia de aquella época en que, aunque ella no lo sabia, era feliz porque lo tenia todo por ganar.

«Llegamos a pasar hambre, porque las ocho mil pesetas se nos acabaron enseguida y Madrid era muy grande y estaba lleno de gente desconocida. Y mala. Me dijeron que el maestro Quiroga solía ir a una academia de cante a buscar a sus artistas. Y yo me apunté con toda mi inocencia y me gasté las últimas pesetas y el maestro Quiroga no vino nunca. A la desesperada, me fui a ver a una señora que veraneaba en Chipiona y me presentó a Gitanillo de Triana y a Pastora Imperio, que tenían El Duende. Me escucharon y me contrataron... como palmera, sin abrir la boca. Hasta que poco a poco me fui imponiendo y al final conseguí cantar tres números por noche. Me pagaban veinte duros por número. ¡Y poco contenta que estaba yo ni nada, que ya me sentía como la Piquer ¿Tú crees que estoes normal?».

Rocío se arrellana en la cama con su inseparable cigarrillo, y hasta olvida taparse, su obsesión constante, los esparadrapos de los dedos de los pies para que no salgan en las fotografías. Hay manchas de lápiz de labios en la sábana.

«Yo, que tonta no era, me di cuenta de que para triunfar en la canción española tenía que aportar algo diferente. Y un día, para salir al tablao, me solté el pelo. Madre mía, cómo se puso doña Pastora, que sien su casa nadie salía con el pelo suelto, que si tal y que si cual... Porque entonces era costumbre que se bailara y cantara con moño y el típico traje de volantes y canesú. Y yo, ya empezando a cantar sola, me dije: ¿Y por qué no canto vestida de calle, con elegancia, pero con un traje corriente? Y empecé a comprarme los trajes en Balenciaga y en Coco Chanel, y a peinarme en Durano Carita. Y me teñí el pelo de caoba. Y chales, y minifalda, y estábamos empeñadas hasta las cejas, pero yo poco a poco fui imponiendo mi estilo. Vestidos con un corte al costado, que dejaban ver la pierna. Y escotes que en televisión se cansaron de taparme con un pañuelo. Porque me di cuenta de que no tenia por qué disimular mi sensualidad, mi "sexy", todo lo bonito que tiene la mujer. Que si yo era así en la vida real y gustaba, y los hombres me soltaban barbaridades por la calle, pues lo mismo podía ir en un escenario, sin necesidad de aplastarme el pecho, de vestirme de monja. Pero hoy, fíjate, empiezo a estar cansada de mi delantera. Es una molestia comprarme ropa, porque no siempre te apetece ir de tiburona del Caribe por el mundo. Y, además, cuando tuve a Rociíto, éramos pocos y parió la abuela, todavía me aumentaron más».

PEDRO CARRASCO Y FELIPE GONZÁLEZ

¿Y Pedro, Rocío? Y Rocío Mohedano Espinosa ruge a lo león de la Metro. «Pero, ¿tú crees que es normal que Pedro y yo todavía hagamos las mismas cositas que los primeros tiempos de matrimonio? Porque mira que nos llevamos bien el Petrosko y yo. A todos los niveles, eh, en la cama y como persona. Porque yo le quiero, además, como ser humano. Y no te digo que lo nuestro es para siempre porque hace tiempo que dejé de creer en las cosas eternas, pero sí que me gustaría que fuera para siempre».

Y hablando del rey de Roma, Pedro asoma la cabeza por la puerta: «Oye, cariño, que no grites tanto, que no me dejas oír "La clave"». Y Rocío se desgarra: «Lo siento mi amor/pero hoy te lo voy a decir...», y, magnífica, salta de la cama, se golpea el pecho, «Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo...», y Pedro se bate en retirada, tocándose la sien con el índice.

«Yo, a Pedro, le conocí cuando estaba pasando una época muy mala. Estaba muy deprimida, me habían sacado un nódulo de la garganta y llevaba nueve meses sin cantar. Además, acababa de terminar con mi novio de toda la vida, el García Vemetta, el cuñado de la cantante Salomé. La nuestra era una relación sin futuro y decidimos cortar por lo sano. Como artista y como persona estaba hundida. Entonces fui a un festival taurino en el que toreaba Pedro. En un momento dado, me mareé y me levanté para irme. Un grupo de "fans" me empujaron contra la barrera y me clavé un hierro en los riñones. Me desmayé y alguien me cogió en brazos y me llevó a la enfermería. Cuando recobré el conocimiento, vi la cara de Pedro y le dije con un hilo de voz: "¿Quieres venir mañana a tomar café a mi casa?". Y nos enamoramos, nos casamos y, ya ves, nadie daba un duro por nuestro matrimonio y hasta hoy». Y Rocío abre unos ojos como platos: «Pero si hasta queremos tener otro hijo y todo... Hemos pasado de la etapa del hoy, no, Pedro, que no podemos, porque anticonceptivos no puedo tomar, me ponen el cuerpo malo, hasta el bueno, va, adelante con los faroles y que sea lo que Dios quiera...».

Y ¿ya ha querido Dios, Rocío? Y la artista, muerta de risa, me tira a la cabeza —¡es dura la vida del periodista!— un paquete de Tampax junior que tiene encima de la mesita de noche. «Toma la prueba de que no, Rosauro, que eres un Rosauro, que te lo quieres comer todo».

Y pasa un ángel y por la puerta entre abierta se escucha la voz de un locutor hablando de Felipe González. Y Rocío Jurado, genio y figura, que es luz y sombra, blanco y negro, risa y llanto, se lanza a fondo: «A mi no me importan ni Felipe González ni la autonomía, que yo quiero lo mejor para mi pueblo, con o sin Felipe González, con o sin autonomía. Que yo franquista, como se nos acusa siempre a las folklóricas, nunca lo he sido, porque en aquella época yo no entendía de política. Y creo que yo soy la única artista que dijo que no cuando le llamaron para actuar delante de Franco en La Granja. Con toda mi inconsciencia, claro, porque me dijeron de salir abriendo el espectáculo y esta "prima" no vade telonera ni delante de Franco. Claro está, no me volvieron a llamar nunca. Y yo lo único que pido a los que estén, a los que tienen que venir, es que sean buenos con mi gente, con mi tierra. Que ya está bien de que Andalucía sea la niña bonita a la que se saca a la hora de hacer una gracia y que la hora de pedir se la mande al cuarto de los ratones. Me duele Andalucía, me duele».

El boxeador y la folklórica

Rocío Jurado y Pedro Carrasco.
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Rocío Jurado y Pedro Carrasco.

«La vida se ha portado bien conmigo», y Pedro Carrasco, pinta de galán de cine, se repantinga, satisfecho, en su sillón, un whisky en la mano izquierda, un cigarrillo rubio en la diestra. «Gracias a Dios, viven mis padres. Tengo una mujer y una hija, a las que adoro. Con el corazón y la cabeza, ¿eh?, que yo soy muy cerebral. Y un trabajo que me gusta y que me permite mantener mis dos "hobbies": las escopetas de caza y los coches potentes». Pedro Carrasco, cuentan sus enemigos, no volvió a ser el mismo desde que peleó con Velázquez por un titulo de España. La pelea más fuerte de todos los tiempos, según recuerdan los aficionados, en la que ambos boxeadores no se mataron porque Dios no lo quiso. Lo que no impidió a Carrasco, además de ganar aquel combate, ser seis veces campeón de Europa de los ligeros y superligeros —«títulos que no perdí, sino que dejé vacantes»— y disputar tres veces el título mundial, «que me robaron en Los Angeles. Aquella derrota y la boda con mi mujer han sido mis mejores victorias».

Hace ocho años se retiró, «porque me hacían la vida imposible». Confiesa tener treinta y ocho tacos y dice que «un hombre que se quita años es una cursilada». Y ahora se dedica a ser relaciones públicas de la misma marca de cigarrillos que promociona el tenista Santana. «Y la semana que viene me voy con mi mujer a América, para que la gente no vuelva a separarnos». Según me cuentan, la presunta separación de la pareja casi provocó la bancarrota de Carrasco: los banqueros que leyeron la noticia en la prensa le retiraron sus créditos y el ex boxeador estuvo a punto de arruinarse. «Claro que ahora dirán que vivo a costa de mi mujer y que no pego ni golpe», añade, con amargura. Y hasta se enfada un poquitín este hombre con pinta de buenazo, Petrosko, según le llama Rocío. «Que siempre se tienen que meter conmigo. Que si bebo y soy juerguista. Cuando yo, cuando boxeaba, he llegado a pasar hambre para no engordar y, durante años, me he acostado a las diez de la noche. Y ahora mismo, me tomo mis whiskytos, como cualquier mortal, y trasnocho, si, pero mayormente por acompañar a Rocío en sus actuaciones».

Pedro lleva un traje como de Collado, camisa de seda y zapatos, seguro, italianos. E, igual que Roció, ciñe su muñeca con un Rolex de oro. «Y dicen que soy machista. ¡Si yo opino, y no ahora que está de moda, sino siempre, que la mujer y el hombre es el mismo perro con distinto collar! Aunque, claro, hay cosas que en un hombre son más perdonables y que en la mujer no se pueden consentir». ¿La infidelidad, por ejemplo? «Mira, llegado el momento, no sé lo que haría. Pero, por ahora, no nos hemos puesto los cuernos mutuamente, ¿me entiendes?». Y cuando Pedro Carrasco se enfada, comprendan ustedes, una teme por su integridad: «No te preocupes, hermana. Yo, gratis, todavía no he pegado nunca...».

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