Ídolos sin pedestral

Rocío Jurado en la cresta de la ola

«El día de mi destape en TV, murió Pompidou. Al día siguiente en España se hablaba más de mí que de él»

por Miguel Logroño

Rocío Jurado en la cresta de la ola.
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Rocío Jurado en la cresta de la ola.

Saludo a Rocío Jurado en plena, minuciosa sesión de maquillaje. Con todas las disculpas del mundo por recibirme así, en una actitud tan poco correcta —debe de pensar— y que a mí me parece magnífica. Dice que no se encuentra bien —estos calores, que no te dejan conciliar el sueño; el ajetreo de la jornada, un día en Madrid entre gala y gala—, que se lo nota en la cara. ¿Y la cabeza? No es dueña de sí misma. En suma —traducidas sus suaves quejas—, que no sabe si va a poder articular más de dos palabras con sentido. Sin embargo, una aspirina obra el milagro. Una aspirina y Chipiona: su pueblo, la infancia, los juegos, la memoria feliz de aquellas cosas, pese a la nota triste de la muerte del padre, cuando ella tenía doce años:

—Era una adoración por mi padre de locura. Así es que aquello me produjo una pena terrible. Pero voy a referirte algo que no había dicho nunca hasta ahora: yo creo que si mi padre hubiese existido sería por lo único que, a lo mejor, no hubiera llegado a ser artista. No le atraía la idea. Cuando a mí, ser artista, era lo que más me gustaba en la vida. Dios lo quiso así.

—Tengo entendido que te lanzaste a este nuevo rumbo después de haber ganado un concurso en Radio Sevilla.

—Sí, bueno, porque fue todo a partir de eso, de la muerte de mi padre. Nosotros —mi madre, mis hermanos y yo— nos quedamos sin nada, y mi abuela nos llevó a vivir con ella en su casa de Chipiona. Entonces hubo una serie de circunstancias. Mi tío tenía su novia, que estaba operada de amígdalas en Sevilla, y fuimos a verla, porque mi tío fue a visitarla. También estaba viendo a la novia de mi tío un chico de Chipiona, Ricardo, que tenía una prima locutora, que tenía, a su vez, un concurso de radio, y todo vino... «Vamos a llevarte a la radio, para que te oiga mi prima, y tal.» Fui a que me escuchara, me escuchó; tomé parte en el concurso, lo gané; tomé parte en otro, lo gané. Y así me vino un poco eso que se llama el veneno, pero que no es veneno, sino que es una cosa muy bonita, una ilusión muy grande que te entra por lo que verdaderamente te gusta. Porque a mí lo que verdaderamente me gusta es cantar.

—Y tras esos primeros triunfos, Madrid.

—Me vine con mi madre. Sin conocer a nadie y sin que nadie me conociera a mí, claro. Entonces atravesé una época malísima, en la que mi abuela nos mandaba el dinero para que nos mantuviésemos aquí y pudiésemos estar en una pensión.

«APRENDÍ FLAMENCO CON UN TOCADISCOS»

—Era cuando trabajabas, más o menos, de palmera en un «tablao».

—No, todavía peor. Estábamos yendo a una academia, porque yo creía que el maestro, que era el dueño, iba a ir algún día, me iba a oír cantar y me iba a contratar. Fíjate la mentalidad de la persona del pueblo que viene, ¿no? Pues bien, el maestro no iba nunca y nos vimos desesperadas. ¡La de cosas que pasaron! Por fin se nos ocurrió ir a visitar a una señora que veraneaba de toda la vida en Chipiona. «Concha la del Yoni», famosa en todo el mundo del arte. «¡Bueno! —nos dijo—, ¿cómo lleváis aquí ya un mes y no me habéis llamado?», y tal y cual. «Es que nos daba apuro», y todas esas cosas de la gente del pueblo, «pero como sabemos que tú tienes muchos conocimientos entre los artistas y entre la gente, así, del espectáculo». En fin, que ella me llevó a que me escucharan «Gitanillo de Triana» y Pastora Imperio. Me escucharon y me dijeron que para trabajar en el «tablao» necesitaban que yo cantara algo de flamenco. Me encerré en el cuarto de la pensión con un tocadiscos de mil quinientas que compré, o sea, que compramos, porque también nos mandó el dinero mi abuela para ello. Estuve una semana escuchando discos, me aprendí dos o tres cosas y entonces fue cuando me colocaron en « EI Duende».

—¿Lo tuyo es flamenco o canción española?

—Lo mío es, si quieres, las dos cosas. Porque si canto flamenco, yo soy flamenca; si canto canción española, pues soy una cantante de canción española. Y cuando interpreto una canción de cualquier otro país, pues soy, simplemente una cantante. Así es que, para definirme a mí, hay que decir «es una cantante». Que dentro de su estilo..., o mejor, que dentro de su «show» interpreta varios estilos.

—¿«Soy de España» es un título tuyo?

—Es de Alberto Bourbón.

—Pero lo cantas tú, está muy conectado a tu voz.

—Sí, lo estrené yo. ¿Por qué? Es que hay gente que por esta canción, precisamente, me critica, porque dice que yo hago concesiones patrióticas. A mí me gusta decir en esta canción que soy de España. No me meto con nadie. Hay una frase en la que digo: «No me gustan los hombres que se callan; el que no esté contento, que se vaya». Pero lo expreso en un sentido, más que nada, figurado. Porque me gustaría aclararle a cada una de las personas que no están de acuerdo con esta canción que no trato de decirle a nadie que se vaya de España, sino que no se calle. Y si tiene algo que decir, que lo diga claramente, que no lo diga mal; sino que lo diga para arreglar las cosas que estén mal. Eso es lo que yo trato de expresar.

—Claro. Porque el que se vayan es muy duro.

—Esto es.

UN PROGRAMA DE TV QUE «CAMBIO SU SUERTE»

—Una cosa, a nivel de gran público, ¿fue aquel programa de la televisión, «Pasaporte para Dublín», lo que te consagró definitivamente?

—Verás: lo que pretendía con ese programa... Yo sabía que no iba a ir a Dublín de antemano. Porque, entre otras cosas, lo sabía. Aclaración buena, ¿no? Entonces a mí me convenía muchísimo hacerlo porque había una serie de facetas que yo podía demostrar a lo largo del mismo.

—Hubo otro programa, «Cambie su suerte», del que seguro que te acuerdas.

—Sí. ¿No me voy a acordar?

—¿Y qué recuerdos te trae?

—Simpáticos y malos. Simpáticos porque... Te voy a decir primero los malos. Los malos porque fue un programa en que yo estuve, para grabarlo, una semana antes. Y no pude porque estaba muy mal de la voz. Ya estaba con los nódulos. Se tuvo que retrasar el programa y someterme a un tratamiento de inyecciones que me pusieron, de cortisona y muchos jaleos, para desinflamarme, para poder grabarlo. Y así y todo a la semana siguiente no quedó la voz de mi gusto. Entonces me trae un recuerdo malísimo porque lo pasé fatal grabando, con muchos nervios. Al día siguiente ya entré en el quirófano para someterme a la operación. A partir de ahí estuve ocho meses y medio sin trabajar. De manera que para mí es un recuerdo horrible. Yo tenía una preocupación enorme. Decía: ¡Ay, Dios mío, que me van a poner verde! ¡Y cómo canto de mal y cómo estoy de mal en este programa!

—¿Por los nódulos?

—Por los nódulos. Me había salido una voz fatal. Tuve que bajar las canciones un tono. Bueno, todo lo que no sabe la gente. Sin embargo, me trae el recuerdo simpático de que al día siguiente nadie se fijó ni nadie me criticó ni la voz, ni los nódulos, ni nada. Con decirte que el mismo día del programa murió el presidente de la República de Francia, Georges Pompidou, y resulta que pararon mi programa para poner un luto y decir ha fallecido el presidente de Francia, etcétera. Pues al otro día no hablaba casi nadie de la muerte de Pompidou y se hablaba del destape de Rocío Jurado, que no había sido para tanto. De modo que me hizo mucha gracia.

—Todo ello, pues, para ti es una historia simpática.

—Sí. Una cosa que ha ocurrido por una casualidad y que no fue para tanto.

—Mientras intervenías o lo grababas, ¿presumías que aquello podía resultar...?

—¡Qué va! Pero ¡qué va! ¡Pero si el traje es una gasa! ¿Tú no has visto el traje?

—No. Vi el programa.

—¿Y cómo lo viste?

—Bien, yo lo vi bien...

—Otras veces he salido con trajes más destapados que ese.

—Pero ¿en televisión?

—Sí, en televisión.

—Tal vez fuese la interpretación, digamos.

—No, no. Ni la interpretación. Mira, en octubre se va a pasar una serie que se llama «Este señor de negro», y va a volver a salir el programa.

«NO ES VERDAD QUE ME VETARON POR EL DESTAPE»

—¿El del «destape»?

—Sí. Porque en «Este señor de negro» se hace una crítica, que ha escrito Mingóte de maravilla, de las distintas reacciones, de los distintos medios, de las distintas gentes que criticaron este programa por una cosa u otra. Y se volverá a ver el dichoso traje para que vean que no era para tanto.

—Hubo cantidad de cartas, creo, protestando.

—Sí. Pero hubo muchas más cartas cuando se dijo que me habían vetado.

—¿Te vetaron?

—No, no. No era cierto. Fue un periódico, no me acuerdo ahora cuál, que dijo que a Rocío Jurado se le había vetado en televisión por el programa del destape. Y fue porque un programa que hice, que se llamaba «A su aire», salió velado. Se rodó a la una de la tarde, con el sol arriba, y salió muy mal. No se pudo sacar. Se rompieron, además, unas conexiones de cables y, como estaba rodado en Chipiona, no se pudo sacar. Y di gracias a TVE por no sacarlo. Porque, de haberlo hecho, hubiera sido un desastre para mí. Entonces, cuando salió aquella nota diciendo que me habían vetado fue cuando se recibieron más cartas para decir que si quitaban a Rocío Jurado que qué barbaridad. Todo el mundo consolándome, diciendo que no había derecho, etc. Cosa que no era cierta, que sólo fue un fallo técnico. Inmediatamente me llamaron de TVE: Oye, Rocío, que han dicho esto, que ha salido esto en el periódico; pero, por favor, a toda persona que te pregunte o que te llame di que no es cierto. Y, efectivamente, no era cierto.

«El día de mi destape en TV, murió Pompidou. Al día siguiente en España se hablaba más de mí que de él»
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«El día de mi destape en TV, murió Pompidou. Al día siguiente en España se hablaba más de mí que de él»

—¿Has vuelto a intervenir después?

—Hombre, claro. Y en el momento en que he podido.

—¿Y de Chipiona mandaron cartas?

—Pues no sé, porque la gente de Chipiona es muy perezosa para escribir. Creo que no. A lo mejor de donde únicamente no se recibieron cartas fue de Chipiona.

—Es que a la gente quizá le sorprendió ver a una Lady España así.

—¡Pero si yo no hice nada, Dios mío! Es verdad. Se le ha dado una importancia a ese programa y ese traje... Ahí, ahí está el traje colgado. ¡No me lo vuelvo a poner!

—¿Qué tal está Pedro Carrasco?

—¿De salud?... No; bien. Es un chico excelente. De verdad.

—Os vais a casar pronto, creo.

—No, no es cierto. Vamos, no es cierto que me vaya a casar pronto. Exactamente aún no ha surgido la palabra boda con fecha, ¿no? Pero posiblemente me case con él.

—Ya. O sea, no ha habido petición de mano.

—De fecha, no. Ha habido relación entre familias. Pero posiblemente me case con Pedro.

«PEDRO ES MUY ANDALUZ, MUY MORO»

—Perdona que insista: ¿erais ya novios cuando aquel programa?

—No.

—Te lo digo por saber cuál habría sido su reacción.

—Es que no lo vio. Pero aún no salía conmigo. Yo he conocido a Pedro de hace bastante tiempo, pero él en su mundo del boxeo y yo en mi mundo. Nunca habíamos salido juntos ni nada. Hasta hace ahora un año, que coincidimos en un festival que dio Radio Madrid en la plaza de las Ventas y empezamos a salir.

—En el aspecto de las costumbres, etc., ¿es tolerante Pedro?

—Es muy andaluz, muy moro; no es nada tolerante, pero... No, es un hombre con costumbres muy de ahora, muy normal. Un chico normal y corriente como te puedes encontrar a cualquiera.

—¿Dices muy moro en el sentido posesivo de la mujer?

—En el sentido de la mujer: de cuidarla, del cuidado, de la atención del caballero hacia la dama. Es muy caballero, muy atento, un hombre que me gusta mucho. Pero vamos, no es el hombre del ¡ay, el escote!, ¡ay, la manga!, ¡ay, la pierna! No, en este sentido no es el hombre ese cerrado. Aunque tampoco yo doy lugar a que pueda haber un enfrentamiento por esa causa.

—¿Cuál es tu postura ante la idea de la mujer objeto?

—El sentido de la palabra esa, ¿cuál es? ¿Una mujer sin personalidad, impersonal, de aquí te pones, aquí te quedas? Pues reacciono fatal. No me gusta. No sirvo.

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