Un púdico chal de la tele franquista la convirtió en víctima de la mojigatería de la época. Eran años de censura, de velos púdicos y de prohibida toda transparencia. Y millones de españoles soñaban con las magníficas redondeces de Rocío Jurado, y millones de españoles envidiaban a Pedro Carrasco, único mortal que tenía acceso a tan fantaseada visión.
La democracia puso los chales en alcanfor. Cayeron las barreras del puritanismo y Rocío Jurado de España, entre velos y gasas, como una Cariátide de Chipiona, nos ofrece la generosidad de sus encantos en tenue filtro. Lo que no se llega a ver se transparenta, lo que se llega a ver deleita al más exquisito. Nuestra Rocío Jurado, con un pie en el quirófano para sufrir una operación en el pecho, tiene cuerpo y alma. El alma se la vemos cuando canta; ahora hemos comprobado que es de carne y hueso. Rocío, entre velos y gasas, es el mejor regalo que nos ha podido traer la primavera.